Las emociones forman parte de nuestro ser (somos seres emocionales) y van revoloteando en el interior de cada uno de nosotros, provocadas por los acontecimientos de nuestro día a día, por recuerdos que tenemos o por pensamientos que tenemos en un momento dado. Las emociones nos avisan de que algo más o menos agradable nos está ocurriendo y solicitan nuestra atención.
El aula, un lugar mágico lleno de aprendizajes para maestros y alumnos, es un contexto donde los maestros debemos prestar atención a las emociones de cada uno de nuestros niños y niñas y ser conscientes de que las actitudes que ellos adoptan son un reflejo de las emociones que sienten.
¿Cómo podemos entonces identificar las emociones que nuestros alumnos sienten?
–Observa y analiza su comportamiento. Fíjate en cómo responden a la propuesta de actividades ya que incluso su respuesta en este momento determinado te dará muchas pistas de “emociones escondidas”. De hecho, si hay algún alumno que muestra rechazo hacia alguna actividad, céntrate en llegar al origen de ese rechazo. Un rechazo siempre se produce por algún motivo. Por ejemplo: Puedes tener algún alumno que no quiera hacer actividades orales por “vergüenza”. Así que en este momento como maestro debes preguntarte lo siguiente: “¿Por qué le da “vergüenza”?” Eso es lo que como maestros debemos descubrir mirando bien con nuestra lupa, si, esa capacidad de observación que tenemos o debes tener si te dedicas a esta profesión. Ten en cuenta que las emociones que los alumnos expresan en el aula suelen estar derivadas de una situación que ocurre en el ámbito familiar, en el propio aula o centro escolar y que debemos localizar lo antes posible para encontrar soluciones acordes.
–Realiza una actividad donde facilites varios escenarios en los que los alumnos están viviendo una situación concreta y que ellos tengan que ofrecer soluciones. Haciéndolo de esta manera será más efectivo ya que los niños no se sentirán señalados y tendrán más libertad de expresarse. Lo más importante de todo es que esta actividad te desvelará información sobre ellos mismos y sobre cómo tratarles.
Estos son algunos escenarios:
-Juan tiene 10 años y normalmente tiene que cuidar de su hermano pequeño porque su mamá trabaja toda la tarde. Juan no tiene tiempo de hacer deberes o estudiar. ¿Cómo crees que se sentirá Juan cuando vuelve a clase cada día?
-Estela nunca puede expresar su opinión en casa. Sus papás siempre la interrumpen. Ahora ella se ha convertido en una niña introvertida que no habla con nadie, en clase es muy tímida. ¿Qué emoción estará sintiendo y por qué crees que se sentirá así?
Tras leer estos ejemplos, piensa en cómo actuarías como maestro si te encontraras con algunas de estas circunstancias ¿cómo les ayudarías? ¿Dejarías pasar estas situaciones por alto?
No hay duda de que estas circunstancias afectarán negativamente al rendimiento académico de estos niños. De hecho, está demostrado que los niños que identifican y saben gestionar sus emociones obtienen mejores resultados académicos. Es lógico llegar a esta conclusión. Cuando un alumno no encuentra en su camino nada que le preocupa, su capacidad de concentración y rendimiento es mucho mayor. Por eso, nuestra labor no es simplemente recibir a nuestros alumnos cada día y realizar actividades y corregir. Nuestra labor también es prestar atención a cada una de las mentes brillantes que tenemos enfrente y descubrir por qué aún no están brillando y ser los artífices de su cambio dentro de nuestras posibilidades.
¿Cómo podemos entonces ayudarles a identificar y gestionar sus propias emociones?
-Podemos ayudarles inmensamente siendo nosotros mismos como maestros los que expresemos las nuestras en el aula. Nosotros somos el mejor ejemplo para ellos. No debemos mostrarnos como un ser que no siente ni padece. Algunos días nos sentimos cansados, otros días felices y otros tristes y eso está bien. No es malo llorar si se necesita. Debemos hacerles saber que expresar lo que sentimos es muy positivo y que todas las emociones son válidas y cumplen una función en nuestras vidas.
–Escuchar activamente lo que nos cuenten si es algo sobre su vida o incluso cuando nos preguntan dudas de las actividades que están realizando. Lo que para nosotros puede parecer insignificante para ellos puede ser de gran ayuda a nivel académico y emocional. ¡Despeja sus dudas, siempre! Cada vez, los niños de hoy en día desean que los maestros les escuchemos atentamente. Cuando se sienten escuchados mejoran su autoestima. De hecho, con aquellos profesores que sienten que les escuchan son con aquellos con lo que que mayor grado de confianza establecen.
-Darles herramientas y alternativas. Ofrecerles recursos significa que les transmitamos que existen soluciones para que puedan suavizar en gran medida aquello que sienten. Por ejemplo: Cuando nos encontremos con algún niño que sienta mucha vergüenza al hacer su primera exposición oral en clase, siempre debemos de validar su emoción: “Entiendo que sientas vergüenza, es tu primera vez así que te voy a contar algunos trucos que te van a ayudar mucho y yo voy a estar a tu lado para ayudarte si así lo necesitas”. De esta manera, ya habremos logrado disminuir esa ansiedad de soledad ante ese miedo escénico que se le presenta.
-Ayudarles a encontrar sus propios recursos. Podemos hacerle preguntas a nuestros alumnos para que puedan reflexionar acerca de cómo actuar en determinadas situaciones. Por ejemplo: Si a un alumno le ha molestado el tono con el que un compañero de clase le ha hablado, pregúntale qué le diría si esto le ocurre una próxima vez y si así se sentiría mejor.
Recuerda que nuestros alumnos son “personitas” que sienten y que pueden existir circunstancias familiares o personales que afecten a su aprendizaje en el aula. Nuestra labor es permanecer atentos para cogerles de la mano y guiarles el camino.
«Nuestra profesión nos muestra la realidad de las carencias emocionales de muchos niños y niñas, pero siempre podemos poner nuestro granito de arena para cambiar las lágrimas por las SONRISAS»
Escrito por María Rodríguez
Filóloga y Docente
Bigibee